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Albert Camus

(1913-1960)

Nació el 7 de diciembre de 1913 en Argelia y murió el 4 de enero de 1960 en Francia. Figura en la historia de la filosofía contemporánea sobre todo porque los críticos asociaron su nombre al existencialismo en el período álgido de esta tendencia. Sin embargo, aunque los temas que trató Ca­mus en varias de sus novelas —especialmente en L’Étranger, de 1942, y en La peste, de 1947— y en sus primeros ensayos —sobre todo en Le Mythe de Sisyphe, de 1942— son temas asimismo tratados por filósofos existencialistas, hay diferencias importantes entre éstos y Camus. Camus no trata de hacer filosofía, o metafísica; la página que precede al primer ensayo («Lo absurdo y el suicidio») en El mito de Sísifo declara, que en su descripción de «un mal del espíritu» en «estado puro» «no se mezcla por el momento ninguna metafísica, ninguna creencia». El único pro­blema filosófico verdaderamente serio, es­cribe Camus, es el suicidio. Ello ocurre por­que hay un «divorcio entre el hombre y su vida» que produce el sentimiento de lo ab­surdo y que lleva a considerar si el suicidio no será la única salida de esta situación. Camus lo niega. El suicidio no es ninguna solución porque con él se suprime meramente el hom­bre que lo lleva a cabo: el mundo permanece. Para que el mundo adquiera sentido es me­nester dárselo; en este sentido, Camus reconoce que filósofos como Kierkegaard, los fenomenológicos y Heidegger han respondido a la «llamada» del hombre por un mundo dotado de sentido. No obstante, la «llamada» del hombre choca con un «silencio no razonable del mundo». De ahí lo absurdo y la tentación del suicidio. Pero de ahí también el imperativo de no sucumbir al nihilismo. La reacción ante la completa alienación del hombre es la aceptación de esta situación y el impulso de salir de ella sorteando dos peligros: la autoaniquilación y la mera creencia.

Esta salida parece ser sólo individual o per­sonal. Sin embargo, Camus no se queda en ella. En L’homme revolté, de 1951, Camus propone ir más allá de una rebelión simplemente «metafísica», por un lado, y de cualquier tipo de rebelión que, en nombre de la realización de un ideal, produce una nueva es­clavitud. Lo que podría llamarse «rebelión auténtica» es una que el hombre lleva a cabo mediante un pensamiento y una acción que «están al nivel medio suyo». Toda ambición de alcanzar un absoluto termina en la injusticia. La rebelión puede tener «orígenes generosos», pero tan pronto como se olvida de ellos, cuando sustituye al hombre de carne y hueso por el hombre abstracto, se niega a sí misma, esto es, «niega la vida» y «corre hacia la destrucción». «En el mediodía del pensamiento —escribe Camus— la rebelión rechaza, así, la divinidad para participar de las luchas y el destino comunes.»

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